Hoy te presentamos a la patrona de la televisión: "Santa Clara de Asís".
En la primera parte de esta publicación encontraran características de esta santa y en la segunda parte se responde al interrogante: ¿Por qué es la patrona de la Televisión?
"SANTA CLARA DE ASÍS (1193/94 - 1253) Virgen, fundadora de las clarisas, patrona de la televisión"[1]
-Santa Clara es, y de
manera determinante, una mujer de
intensa oración, oración contemplativa, oración de escucha de la Palabra de
Dios, a la que ella, convertida por la predicación de Francisco, concede un
protagonismo excepcional en su experiencia religiosa; y para que nada
obstaculice la escucha atenta de la palabra, prohíbe incluso el canto de la
Liturgia de las Horas, para que la preocupación estética no sustituya nunca la
escucha fiel de la palabra. «Era vigilante en la oración -dicen en el proceso de
canonización las hermanas que convivieron con ella-, sublime en la
contemplación, hasta el punto de que alguna vez, volviendo de la oración, su
rostro aparecía más claro de lo acostumbrado y de su boca se desprendía una
cierta dulzura» (Proceso 6,3).
Clara es también una mujer de la penitencia, en un
contexto en el que hay una verdadera «cultura de la penitencia». En esto su
palabra no siguió a su ejemplo, pues si para con las hermanas y en la Regla
relativiza la praxis penitencial en relación con el monaquismo tradicional, por
considerar que la primera y principal forma de penitencia de las hermanas es la
radicalidad de forma de vida y pobreza, sin embargo, sus penitencias fueron
tales que el propio San Francisco, mediando el obispo de Asís, la obligó a la moderación,
que más tarde ella aconsejó a Inés de Praga: «Mas, como nuestra carne no es de
bronce, ni nuestra resistencia es la de las piedras, sino que, por el contrario
somos frágiles y débiles corporalmente, te ruego y suplico en el Señor,
queridísima, que desistas, sabia y discretamente, del indiscreto e imposible
rigor de las abstinencias que te has propuesto, para que viviendo alabes al
Señor y le ofrezcas tu culto espiritual» (3 CtaCla 38-41). Con todo, porque la
penitencia brota para ella del amor a Cristo y es, sobre todo, una dimensión
del seguimiento de su pobreza y humildad, del compartir sus sufrimientos y su
cruz, la penitencia, esto la mantuvo al reparo de todo perfeccionismo ascético
y de todo desprecio de lo material.
Clara es además una mujer de exquisita y tierna caridad,
cargada de afecto para con sus hermanas, lo que, sin duda, contribuyó
grandemente a aliviar el peso de la pobreza común. Siguiendo a Francisco
escribe en la Regla: «Y manifieste confiadamente la una a la otra su necesidad,
porque si la madre ama y nutre a su hija carnal, ¡cuánto más amorosamente debe
cada una amar y nutrir a su hermana espiritual!» (RCla 8,15-16). Pero así como
su clausura no es puro cerramiento y aislamiento, y su comunidad no es un
gueto, sino, muy al contrario, un espacio abierto en la acogida de los de
fuera, también lo es su caridad, como lo prueba el hecho de ser éstos los
destinatarios de una gran parte de los «milagros» que los testigos del Proceso
de canonización atribuyen a Clara.
Como verdadera seguidora de
Francisco vive la verdadera alegría en
medio de la pobreza, y ambas, alegría y pobreza, son dos de las grandes
constantes de sus cartas a Inés de Praga: la alegría que brota de la
identificación afectiva y efectiva con Cristo pobre y humilde en Belén y en la
cruz, la alegría de las bienaventuranzas.
Porque entró en lo hondo del
misterio humano y en el corazón del Evangelio, Clara de Asís es una llamada
permanente a correr la aventura de la fe, viviendo el radicalismo evangélico
con alegría y sencillez; su lucha respetuosa pero tenaz por el
reconocimiento de la originalidad de su vida y misión, es un estímulo para
vivir creativa y responsablemente la propia comunión eclesial; su fraternidad y
minoridad proclaman la urgencia de recrear los modelos de vida eclesiales y
sociales, impregnándolos de un verdadero espíritu fraterno, y de una verdadera
igualdad; el mismo signo profético de la clausura de Clara es una llamada al
cristiano de hoy a reconocer la propia necesidad de concentrarse en Dios y en Cristo;
y su «altísima pobreza» nos habla del primado del Dios Altísimo, no menos que
de la comunión en la justicia y la solidaridad con la humanidad doliente y
desgarrada por el hambre, la guerra, la marginación.-