martes, 20 de noviembre de 2018

"El primer areópago del tiempo moderno es el mundo de la comunicación" -Card. Pironio-


"El primer areópago del tiempo moderno
es el mundo de la comunicación"
Cardenal Eduardo Pironio
I Congreso de Comunicadores Católicos
Mar del Plata, 3-6 de Octubre 1996


INTRODUCCIÓN

Mi relación será breve y sencilla. Enmarcada en un clima de espiritualidad y de esperanza. Vivimos tiempos difíciles; por eso mismo necesitamos la sabiduría y la fortaleza del Espíritu Santo. Nos hace falta la esperanza. Aquella esperanza que no falla "porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5,5). Necesitamos, también, la presencia de los santos. Pablo VI nos decía que el mundo de hoy necesita el paso de los santos, santos de lo cotidiano. Santos en todos los niveles: obispos y sacerdotes, religiosos y religiosas, diáconos, seminaristas y fieles laicos.

Mi exposición será simple. Más que fruto de una ciencia o de una técnica - que yo desconozco - deseo que sea fruto de una experiencia espiritual, como sabiduría del pobre, del Espíritu, de la cruz. Como una especie de meditación a la luz de la Palabra de Dios. Creo que es lo único que puede pedirme este I Congreso de Comunicadores Católicos, que se realiza en esta queridísima Diócesis de Mar del Plata por la que pasé, un tiempo breve pero intenso y extraordinariamente gozoso, predicando siempre a Jesucristo. Por eso les repito las palabras de San Pablo a los Corintios: "Cuando los visité para anunciarles el testimonio de Dios, no llegué con el prestigio de la elocuencia o de la sabiduría. Al contrario, no quise saber nada, fuera de Jesucristo, y Jesucristo Crucificado" (1 Cor 2,1-3). Quisiera exponer algunas sencillas reflexiones - particularmente en torno a la comunicación, la comunión y la contemplación - a modo de animación para los laicos y de exigencia de espiritualidad laical. Creo que el mundo de la comunicación social, que interesa a toda la Iglesia evangelizadora y misionera, compromete de un modo especial a los fieles laicos directamente insertados en el mundo de las realidades temporales.

1. La vocación del comunicador.

"La vida de todo hombre es una vocación" (Pablo VI, P.P. 15). "Aquí estoy, envíame" (Is 6,8). Lo primero que diría para los comunicadores sociales (cualquiera sea su ubicación en la Iglesia) es la conciencia gozosa de su vocación. Han sido llamados, elegidos y exigidos, por el Señor. "Antes de nacer te había constituido profeta de las naciones...Yo pongo mis palabras en tu boca" (ver Jer 1,5-9). No es un juego fácil de pura profesión humana. Dios interviene desde el inicio, la capacitación, la formación, la animación por el Espíritu Santo en la Iglesia. Como toda vocación exige fidelidad a la llamada del Señor (a su fuerza esencial que es la santidad y la verdad), a la Iglesia (misterio de comunión misionera), al mundo en el cual estamos insertados como protagonistas de una nueva evangelización y de una auténtica civilización del amor. Toda comunicación social presupone una íntima e ininterrumpida comunicación con Dios, que es la Verdad, y con el mundo que tiene que ser construido en la verdad del hombre y de las cosas, en la justicia, la solidaridad y el amor. El punto en que se ubica el laico es siempre el que corresponde al "Christifidelis laici", es decir, incorporado plenamente en Cristo por el Bautismo y totalmente inmerso en el mundo como su espacio teológico. Llamado a la santidad, pero abierto constantemente a las realidades temporales. Toda vocación exige desprendimiento y austeridad, pero al mismo tiempo comunión y fidelidad. No es lo mío lo que comunico, sino lo que descubro contemplativamente y recibo; pero, al mismo tiempo, es lo mío (lo consubstancialmente recibido y asimilado). "Mi palabra no es mía", dice Jesús: "es la del Padre que me envió". Es importante concebir la comunicación como una vocación. Entonces la comunicación se vuelve exigente, gozosa y siempre nueva. En cierto sentido (al menos para los cristianos), esta vocación es una forma de su función profética. Una profecía que exige fidelidad y realismo, fortaleza y esperanza. Volvemos al tema de la esperanza. Este es el punto en que nos ubicamos. Juan XXIII al empezar el Concilio, nos hizo ver los distintos modos de asomarse al mundo. Ante el mismo panorama están los profetas de calamidades, que siempre anuncian lo peor, con los que no se puede estar de acuerdo. Frente a estos profetas el Papa Juan invita a reconocer los misteriosos designios de la Providencia. Hay que ser profetas de esperanza. Estos son los que de verdad han entendido que el mundo es un don de Dios y tienen puesta su mirada en un más allá que para el cristiano es fuente de esperanza. Esto no significa vivir ciegos ante los difíciles problemas del mundo, sino aproximarse a ellos con otro "punto de vista". Cuando Pablo habló en el Areópago de Atenas habló de la "última novedad" de Jesucristo, de que el mundo fue hecho por Dios y de que "nosotros somos de la raza de Dios" (ver Hech 17).

2. "La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1,14).

Deseo subrayar dos cosas: que el contenido central de la Comunicación cristiana es la Palabra de Dios y que esa Palabra tomó carne en el seno virginal de Nuestra Señora. Es una Palabra que se hizo historia, que permaneciendo siempre el Hijo de Dios "que está en el seno del Padre" (Jn 1,18), plantó su morada entre nosotros. Un buen comunicador es siempre un contemplativo y el contemplativo verdadero es un hombre profundamente encarnado. Alguien que escucha siempre a Dios y tiene capacidad para escuchar al hombre (asumiendo sus angustias y esperanzas, iluminando su dolor y dando sentido a su alegría). Volveremos a tocar el tema de la contemplación como exigencia espiritual y humana de la comunicación. Para los comunicadores católicos (o cristianos), la comunicación es un anuncio explícito (o implícito) de Jesucristo que no vino a condenar, si no a salvar, que no vino a ser servido sino a servir, que vino para dar la Vida. Es preciso presentar la imagen cercana de Jesús, el Maestro y Salvador, la Luz del mundo, el médico espiritual y corporal, el que reconcilia el mundo con el Padre. Pero es también necesario presentar el rostro de Jesús en el pobre y el que sufre, en el rostro transparente de una Iglesia fraterna y creíble. Es la Iglesia orante, fraterna y misionera, la que debe ser presentada al mundo como sacramento universal de salvación. Hablando de comunicadores de Jesucristo se está hablando de la Iglesia: desde el interior de una Iglesia comunión evangelizadora y misionera. Pero entonces nos preguntamos: ¿Cómo queremos que sea la Iglesia del Tercer Milenio? ¿Cómo nos comprometemos ante las puertas del III Milenio a construirla como obra e imagen de la Trinidad Santísima? ¿Cómo tiene que ser la vida de un comunicador social ahora y el testimonio de la comunidad cristiana comprometida toda ella en lo nuevo del mundo?

3. Tenemos que volver más profundamente al Concilio.

No lo hemos comprendido todavía ni puesto en práctica totalmente. En gran parte no lo hemos leído. No lo conocemos. En parte lo seguimos combatiendo sin conocerlo. Es una forma de "resistir al Espíritu Santo". Quizás por eso la Iglesia no ha alcanzado plenamente la unidad, la fortaleza y la esperanza del Espíritu. Es una Iglesia que tiene miedo, que no sabe escuchar para poder anunciar, que se mantiene en la pura defensa de la verdad y no se compromete en la audacia de la profecía. El Año Santo que se acerca es un reclamo al Concilio. A profundizar la letra y el espíritu, a ponerlo en práctica.

4. "Yo soy la Verdad" (Jn 14,5).

Los comunicadores sociales dicen referencia esencial a la Verdad: la Verdad de Jesucristo, de la Iglesia y del Hombre. En muchas partes quedan todavía por contestar las palabras de Pilato: "¿Qué es la Verdad?" (Jn 18,38). Sería bueno contribuir, mediante los medios de comunicación, a responder a estos desafíos: "¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre...? ¿Ustedes quién dicen que soy?" (Mt 16,13-15); O también: "¿Quién es mi prójimo?" (Lc 10,29). Es importante recordar estas frases de Jesús: "Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos, conocerán la verdad y la verdad los hará libres" (Jn 8,31). "Para esto he nacido y he venido al mundo; para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz" (Jn 19,37). La verdad exige ser buscada con pasión, gustada con humildad y comunicada con sinceridad. La comunicación de la verdad se opone a la agresividad y a la improvisación o rapidez del anuncio. Hay verdades que deben ser anunciadas con realismo y dolor pero siempre con respeto y con amor. Un comunicador social debe ser un hombre apasionado de la verdad y, al mismo tiempo, veraz y verdadero. Un auténtico testigo. El mundo de hoy, decía Pablo VI, tiene más necesidad de testigos que de maestros. La verdad existe y se anuncia, no se inventa ni se calla.

5. Un aspecto esencial para la comunicación es la capacidad contemplativa.

"Lo que hemos contemplado y lo que hemos tocado con nuestras manos...es lo que les anunciamos" (1 Jn 1,1). Esto es válido sobre todo, para la Palabra de Vida. Los auténticos comunicadores de vida en la Iglesia son los contemplativos. No se trata de comunicar una ciencia sino una vida. Lo cual exige una grande capacidad de silencio, de escucha, de diálogo, de acogida, de profundidad interior, de serenidad, de oración. El profeta se pone siempre en profunda y humilde actitud de escucha: "Habla, Señor que tu Siervo escucha" (1 Sam 3,10). Hay comunicaciones que exigen una particular capacidad contemplativa: cuando se trata de anunciar directamente la Palabra de Dios. Es preciso, entonces, "Devorar el rollo" (Ez 3,1). Engendrar la Palabra y anunciarla; es el caso del evangelizador, del catequista, del misionero. "El futuro de la misión depende en gran parte de la contemplación. El misionero, si no es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo creíble" (RM 91). Se nota en seguida cuando una palabra es simplemente estudiada y aprendida o nace de un corazón contemplativo. Pero se advierte también cuando la simple palabra comunicada (una noticia o un comentario) tiene sus raíces en una profunda capacidad contemplativa. Ya sé que la contemplación es un puro don de Dios; pero hace falta pedirlo en la oración y prepararse en el silencio y la pobreza. Las cosas de Dios deben ser comunicadas desde la contemplación; son así más verdaderas, más ardientes y más concretas. Tal vez, también más simples y más sencillas, menos complicadas y más breves. Resultan para los destinatarios más comprensibles y amables; más serenamente creíbles y acogidas.

Pero la contemplación tiene también una dimensión humana, o mejor aún, una fuerte y fácil capacidad divina para entender la historia, leer los signos de los tiempos y comprender, exponer y explicar los acontecimientos. Sobre todo, para entender y explicar el misterio del hombre. Podríamos ser injustos al dar la noticia de un hombre sin entender (o tener en cuenta el misterio de un hombre. Lo mismo pasa con los pueblos y con sus culturas. Esta capacidad de contemplación divina-humana, supone mucha capacidad de escucha y observación, de reflexión y de estudio, de silencio y de oración.

Para obtener esta capacidad contemplativa hace falta un espíritu de humildad y de pobreza, de desprendimiento y de austeridad, de amor a la verdad y de respeto al hombre. Quien empieza por saberlo todo o cree tener una exclusiva capacidad creativa, corre el riesgo de no entender nada o de deformar la realidad objetiva. El comunicador contemplativo es capaz de ayudar a crear culturas nuevas fieles a sus orígenes. Pero la contemplación no se improvisa. Ya dijimos que es un Don de Dios y hay que pedirla con humildad. La rapidez de la noticia - para que sea la primera - puede entorpecer la contemplación y dañar la verdad de la noticia.